Yo no conocía a la persona que me escribió esa carta, que no había recibido de mí una ayuda material concreta. Pero esta joven budista me hizo comprender mejor que la caridad posee un valor en sí misma en tanto que testimonio de Dios, más allá de su eficacia técnica, económica, política o sociológica. Forma parte de la misión de la Iglesia, que consiste en manifestar el amor y la ternura de Dios, en hacer redescubrir la presencia, la compasión y el amor misericordioso del Padre en medio de nuestros sufrimientos. Esa japonesa me fue de gran ayuda para asumir mi misión como presidente del Pontificio Consejo Cor unum.
El auténtico consuelo que debemos llevar a los pobres y a las personas que sufren alguna prueba es, además del material, el espiritual. Hemos de manifestarles el amor, la compasión y la cercanía de Dios. En la prueba, Dios está con nosotros. Marcha a nuestro lado en el camino de Emaús, el camino de la decepción, del dolor y el desaliento.
Algunas organizaciones católicas se avergüenzan y se niegan a manifestar su fe. Ya no quieren hablar de Dios en sus actividades caritativas, escudándose en que sería proselitismo. No obstante, en la Evangelii gaudium el papa Francisco escribe con mayor firmeza aún: “Puesto que esta Exhortación se dirige a los miembros de la Iglesia católica, quiero expresar con dolor que la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe, necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria”.
A lo largo de los siglos, el mayor don de Dios ha sido enviar, después de Cristo, a los santos que han dado su vida por los más pobres de los pobres. San Vicente de Paúl, san Juan Bosco, san Daniel Comboni o la madre Teresa de Calcuta pensaban en aquellos que no le importan a nadie. La victoria de la Iglesia ha quedado grabada en el corazón de todos los pobres que ha salvado durante generaciones. Y la caridad más grande es revelar a Dios manifestado en su Hijo en la Cruz. Para los cristianos lo esencial no reside exclusivamente en la ayuda material y social, sino en la lucha contra la miseria espiritual. La obra más hermosa en este mundo consiste en devolver a los hombres su idéntica dignidad de hijos de Dios y su capacidad de abrirse a la luz eterna. Sería un craso error dar preferencia a la obra social, económica o –peor aún- política en detrimento de la evangelización. Cuando se deja de anunciar a Cristo, ya no es la Iglesia la que actúa.
Autor: Cardenal Robert SARAH
Título: Dios o nada
Editorial: Palabra, Madrid, 2015
(pp. 167-169; 91-94; 312-313)
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