En alguna ocasión leímos la opinión de algún crítico literario diciendo que Manuel era mejor poeta que su hermano Antonio, considerado éste como uno de los grandes insignes poetas de su época; pero si hoy Manuel se encuentra injustamente olvidado por quienes manejan las páginas culturares de los distintos medios es porque no fue al exilio como Antonio cuando éste marchó de España sin que ningún preboste de la República lo metiera en su lujoso coche porque abandonó su Patria a pie, en compañía de su enferma madre, como uno más de aquellos que como calzado sólo llevaban puestas unas viejas alpargatas.«...Y le dejamos morir, entre todos, en Collioure», dijo Luis Felipe Vivanco.
No es nuevo el que algunos sigan opinando que Manuel está injustamente olvidado. «No se hace justicia a Manuel cuando se le silencia del todo para aupar (por cierto, merecidamente) a su hermano Antonio. El desbaratador factor político anda en ello». También, hace unos años, el académico Manuel Fernández Almagro escribía, bajo el título Manuel Machado, en la penumbra: «El primero en lamentar la penumbra en que se pierde, a los ojos de las más recientes promociones, la figura de Manuel Machado, sería su hermano Antonio, superior, sin duda, en calidades poéticas y en preocupaciones intelectuales, pero no en tanto grado que justifique la distancia creada entre una gloria de extraordinario y justificado fulgor, y un olvido, o poco menos, inmerecido a todas luces». Así es, Antonio dejó estampado en sus cuadernos que su hermano Manuel era el mejor poeta modernista español. A este respecto, se cuenta que Luís Rosales dijo durante una reunión en quien alguien soltó una frase despectiva para Manuel contraponiéndolo a su hermano: «Poezía ez ezto, y se puso a recitar, durante un largísimo rato, versos de Manuel Machado».
Asimismo, Julio Cruz y Hermida, «médico humanista» por su afición a las Humanidades, editó un libro titulado Entrevista a un poeta en el olvido: Manuel Machado en el cual no pretende hacer comparación alguna entre ambos hermanos sino más bien un canto a la calidad de los dos. En unas declaraciones a la prensa, Cruz y Hermida viene a sostener de alguna manera lo que apuntábamos al principio: «Si Manuel se hubiese ido al exilio habría sido otro Antonio. Pero se quedó en España, aunque aquí, la derecha, lo veía como el hermano de un hombre de izquierda. La derecha no lo ensalzó en vida ni cuidó su memoria después de muerto». Pero dicen las malas lenguas que en una visita que realizó a España Jorge Luis Borges, cuando alguien le habló de Antonio Machado, aquél fingiendo extrañeza, contestó: «¡Ah!, pero ¿Manuel Machado tenía un hermano?».
No obstante se puede decir que eran muy diferentes. Antonio era introvertido, silencioso, con aspecto triste y su lira monocorde, «era pozo, hondura, agua adensada en sombra»; Manuel era una persona más divertida, «era gracia, impulso, fuente, surtidor. Subía al cielo, salía a la calle rumorosa: subía, / bajaba, / charlaba,...», y se sumergía en la costumbre de su pueblo porque era andaluz y más sevillano. La fidelidad a su Sevilla, que decía Gerardo Diego.
Sevilla -aire de luz y luz de aroma-
abre, en abril, como una flor radiante,
su corazón, sonoro y palpitante,
con un batir de alas de paloma.
Por doquiera la Giralda asoma
-alfil soberbio-, alerta y elegante,
señaladota del divino instante
en que a la tierra el cielo en brazos toma.
Para gozar el mágico momento,
para morir un poco al cotidiano
pesar y realizar la maravilla
de suspender el triste pensamiento,
tener es fuerza el lujo soberano
de una caseta en Feria de Sevilla.
Y en Sevilla nació Manuel Machado en una casa del barrio de la Magdalena el 29 de agosto de 1874, siendo sus padres Antonio Machado Álvarez, y Ana Ruiz. Él era licenciado en Derecho, ejerciendo de abogado, y catedrático auxiliar de Filosofía del Derecho. Fue secretario de la Sociedad de Folklore Andaluza y con su nombre -también bajo el seudónimo «Demófilo»-, abundan las colaboraciones sobre el folklore andaluz. Esto provocó un enorme interés en sus hijos que después se vería reflejado en su poesía, principalmente en la de Manuel. En éste influyó además su abuelo paterno, Antonio Machado Núñez, hombre de gran cultura que había estudiado medicina, farmacia, ciencias naturales y filosofía, llegando a ser catedrático en estas dos últimas carreras.
En 1883 la familia Antonio Machado Núñez y Antonio Machado Álvarez deciden instalarse en Madrid. El primero tiene ocasión de pasar a la Universidad Central. Tiene buenas amistades y el ambiente madrileño es mejor para sus actividades como también para la de su hijo. Manuel y Antonio van a abandonar Sevilla. Les pica la curiosidad por lo desconocido. «¿Cómo será la capital de España?», se preguntaban desde la inocencia de sus pocos años.
En la calle Claudio Coello se instala la familia. La casa es amplia, hay espacio de sobra, pero todos echan de menos el patio andaluz lleno de tiestos floridos. El abuelo y el padre procuran infundir optimismo a toda la familia, sobre todo a las mujeres que se muestran con frecuencia con el ánimo decaído. Ellos gozan de buenas amistades: Giner, Cossío, Linares, Sela, Flores, «místicos de una educación nueva para las juventudes y que constituyen el cuerpo de profesores de la Institución Libre de Enseñanza», les manifiestan su afecto; y precisamente en esa Institución Libre ingresan como alumnos Manuel y Antonio. Los dos recordarán siempre la influencia de la Institución y de Giner de los Ríos en muchos aspectos de su vida. En Día por día, Manuel escribió más tarde: «Nadie ha hecho un surco más profundo, nadie sembró más fecunda semilla, nadie dejó una estela más amplia y luminosa... Su obra y su alma viven siempre, porque en su labor semidivina él supo formar los hombres para el mañana». Cuando Manuel dejó la Institución, a los quince años, para ingresar en el Instituto Cardenal Cisneros, ya había adquirido un sentimiento de la dignidad en el trabajo y una gran cultura.
Ambos hermanos leían todo lo que podían y un día Manuel empieza a escribir cuando todavía era muy joven, así nos lo dice él mismo: «De los doce a los quince años -¡qué edad!- era yo poeta, versificador al menos, y encontraba una gran facilidad para la rima y el ritmo, sin tener que contar las sílabas con los dedos como ocurría a muchos de mis condiscípulos. Bien es verdad que había aprendido a leer en el Romancero y en una colección del Teatro Clásico, a dos columnas, con viñetas al frente de cada comedia. De aquí, sin duda, nos vino a mi hermano Antonio, y a mí la primitiva afición al teatro, que quedó poco después interrumpida por nuestra decidida dedicación a la lírica, en que toda colaboración es absolutamente imposible».
En 1893 muere su padre y es entonces cuando la vida les empuja muy deprisa. Este mismo año comienza Manuel a colaborar en una publicación llamada La Caricatura, pero mientras Antonio se queda en Madrid y comienza a trabajar en la compañía de Fernando Díaz de Mendoza, Manuel marcha a su Sevilla a licenciarse en Filosofía y Letras. Durante su estancia en la capital hispalense empezó a considerar como admirables y típicamente sevillanos los elegantes desfiles de caballos, las procesiones de Semana Santa, las corridas de toros y los cantaores gitanos. Mientras estudiaba, tuvo tiempo de seguir con alguna de sus colaboraciones literarias, y también de enamorarse de una parienta suya, Eulalia Cáceres Sierra, con la que llegaría a casarse años después. De regreso a Madrid, trabajo con su hermano en el Diccionario que dirigía el filólogo y académico Eduardo Benot, pero no durante mucho tiempo ya que en marzo de 1899 se marcha a París y tres meses después lo haría Antonio. Sin embargo, la marcha de ambos a la capital francesa no fue nunca una decisión libre, sino que fue una necesidad de encontrar algún medio de vida y por eso cruzaron la frontera. Los dos lo encontraron como traductores en la editorial Garnier Frères. No era un porvenir demasiado brillante, pero el nuevo ambiente les iba a servir de mucho en el futuro, sobre todo a Manuel.
Efectivamente, París, donde iba a residir a lo largo de dos años, dejó en Manuel, como él mismo reconoció, una profunda huella en su vida literaria. Tanto es así que alguno de sus biógrafos ha escrito: «Su papel y capacidad como escritor, antes de esta experiencia, eran de poco monta. Sus poemas primerizos, los publicados en La Caricatura y otras revistas literarias, y en Tristes y Alegres (1895) y Etcétera, colecciones conjuntas con Enrique Paradas, están todos firmemente enraizados en la tradición de la prensa burguesa de la década de los 90». Se había dejado notar, pues, el trato con escritores, la concurrencia a las tertulias y las conversaciones con Paul Fort y Henry Levey. Frecuenta también «los cafés donde las voces populares de Rictus, You Lug, Vincent, Hyspas, Privas, Montoya, Boyer, entonan canciones picantes, que son coreadas por el público y subrayadas con clamorosos aplausos». Un día, ambos hermanos, se encuentran en París con Pío Baroja quien frecuentaría con ellos restaurantes típicos y posiblemente acudan todos juntos a una tertulia de españoles e hispanoamericanos. Manuel está a punto de terminar Alma. Conocen a Rubén Darío y éste lee los poemas de Manuel y Antonio: ¡Admirable! ¡Admirable!, exclamó el poeta nicaragüense.
El siglo XIX va a despedirse y Manuel regresa en diciembre de 1900 a Madrid; antes lo había hecho su hermano. El movimiento literario iniciado el 98, cobraba esplendor y crecía en adeptos, y Manuel Machado, tal vez, fue un hombre de la «generación del 98». «En ese egregio grupo literario -escribe Laín Entralgo- tenía lo mejor de su corazón; y con esa filiación se hallará su alma empadronada, para siempre, en la ciudad española de los Campos Elíseos».En la revista Electra, que no sobrevivió mucho tiempo y que fue reemplazada por otra publicación, titulada Juventud, aparecen varios poemas de los escritos por Manuel en París, y ahora su autor puede leerlos en el libro que pensaba publicar, y que tituló Alma. Cuando por fin aparece, muy a principios de 1902, obtiene un enorme éxito, aunque hay quien ha escrito que pasó desapercibida para algunos críticos, «pero esto era natural, puesto que Alma era obra de un modernista». Sin embargo, «Miguel de Unamuno le ha dedicado un cálido artículo en las columnas de Heraldo de Madrid, y otros escritores, cuya autoridad es notoria, han proclamado el mérito y la originalidad del cantor...».
A estas revistas suceden otras y en casi todas ellas interviene Manuel. La Revista Ibérica marca un hito, después vendría Helios. En 1906 publica el libro Caprichos con dibujo en la portada que realiza su hermano José, más tarde publicó Museo y los Cantares. Pero antes de la salida de estos libros, Manuel Machado pasó unos meses en París, incluso viajó brevemente a Inglaterra y Bélgica, siguiendo sus colaboraciones en las revistas a su vuelta a Madrid y en esta capital alterna con Rubén Darío cuando éste se acerca a España y ambos comparten no sólo gustos literarios, sino su actitud frente a la vida. En algún momento dicen que Manuel llegó a pedir dinero a Darío y también un trabajo ocasional en la Embajada nicaragüense donde el poeta era embajador. Su tragedia la deja reflejada en estos versos que tituló Invierno y que terminan así:
Y en esta ancestral pobreza
española del vate...
La tragedia ridícula
de la bohemia... ¡El mártir
que es un pobre poeta de sus sueños
y de sus realidades!...
¡Y la doliente humillación de serlo!...
¡Y el buen gusto dudoso de quejarse!...
Calla, viejo organillo
incorregible... En balde
lanzas la melancolía sonata
conocida... ¡A otra parte!
En 1909 se marcha a Barcelona, dicen que tras una joven catalana. Conoce al político Alejandro Lerroux y al anarquista Francisco Ferrer; pero al cuarto día de su estancia la capital es una hoguera. Arde por los cuatro costados y Manuel Machado, en un barco, se marcha al sur de Francia y después sobre este viaje escribió: Es mi nave y va a partir / puesta en lo ignoto la fe. / Sólo viajar es vivir. / No sé dónde voy a ir / e ignoro si volveré... Al año siguiente se casa, y le dice a Juan Ramón Jiménez: «Me casé, en efecto, hace poco más de un año en Sevilla, con mi prima Eulalia, mi amor de niño, mi primero y único amor verdadero. Lo demás no han sido más que escarceos más o menos sensuales y correr del potro joven...». Este nuevo estado supuso para el poeta un cambio radical en su vida: «Todo lo cambió de pronto la mano de una mujer, llena de gracias y de gracia, que había sabido esperarme», dijo el propio poeta. Sin embargo, desde el punto de vista económico los primeros años del matrimonio fueron bastante precarios; aunque obtiene un gran éxito con la publicación de Cante hondo ya que vendió un millar de ejemplares a las veinticuatro horas de aparecer en las librerías. Le seguirían El amor y la muerte (Capítulos de novela) y La guerra literaria.
Los ingresos no eran suficientes para el matrimonio y su madre que vivía con ellos, por esta razón decide presentarse a las oposiciones de Archiveros y Bibliotecarios del Estado, que gana. Es destinado a Santiago de Compostela como bibliotecario de la Universidad, aunque logró al poco tiempo el traslado a Madrid donde trabajó en la Biblioteca Nacional y pocos años después pasó a ocupar también la plaza de crítico titular de El Liberal que, una vez que obtuvo la excedencia en la Biblioteca, lo envió como corresponsal al extranjero. Durante todo este tiempo trabajó como periodista su economía era buena, vivía bien y era famoso. En estos años publicó Canciones y dedicatorias; y en Méjico aparece Poemas de Antonio y Manuel Machado. Escribió también Sevilla y otros poemas; Un año de teatro; Día por día de calendario (Memorándum de la vida española en 1918); Ars moriendi. Aparece el tercer volumen de Cante hondo y el quinto de sus Obras completas. Funda en 1924 con Ricardo Fuente, director de la Biblioteca Municipal, la Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo. Es nombrado director de Investigaciones Históricas de la Biblioteca y, después, del Museo Municipal; aunque más tarde volvería al periodismo colaborando en La Libertad. Con Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel se inicia la serie de colaboraciones teatrales de los dos hermanos. Y el 8 de noviembre de 1929 cosechan ambos uno de sus mayores éxitos dramáticos estrenando La Lola se va a los puertos, protagonizada por Lola Membrives para quien fue escrita.
El día 27 de ese mismo mes se tributa en el Hotel Ritz un homenaje a ambos hermanos con asistencia del general Primo de Rivera que iba acompañado de su hijo José Antonio de 26 años de edad que consideraba a Manuel como un gran poeta, pero también reconocía en Antonio una voz profunda y ancha. Por otro lado, Julián Pemartín dice que la amistad de los dos hermanos con José Antonio ya venía de antes. También cuenta que aunque el fundador de Falange «no fue muchas veces por el colmado Las Delicias, cuando iba gustaba de hablar con Antonio y le guardaba respeto y admiración. Algunas veces -sigue contando Pemartín- íbamos a una taberna de la calle de Toledo José Antonio, Manuel Machado, alguno otro y yo, a jugar al mus. No sé si existirá ya esa taberna, no sé...». Años después el propio Manuel Machado recordaría aquel día en el Hotel Ritz en un artículo que publicó en el ABC de Sevilla y que, entre otras cosas, decía:
...Fue por estos mismos días de noviembre de 1929, y fue una de las primeras, acaso la primera vez, que -aparte sus alegatos forenses-, hablaba en público José. Se celebraba un suceso artístico y la magnífica sala de fiestas del hotel Ritz, de Madrid, estaba llena a rebosar de todas las aristocracias españolas: desde la de la sangre hasta la del cante hondo. La cálida palabra del joven orador, impregnada ya de un dulce misticismo y como de un aura de profecía, penetraba candente en los espíritus y captaba, irresistible, no ya el difícil entusiasmo, la emoción cordial y sincera de aquel selecto auditorio. Cuando José Antonio descendió del estrado, entre ovaciones delirantes, don Miguel Primo de Rivera se acercó a su hijo. Y, al abrazarse aquellos dos hombres -muy hombres- , había también lágrimas en sus ojos.
He recordado este acontecimiento -como contribución al homenaje rendido hoy a José Antonio- principalmente porque allí, en sus palabras, estaba ya a mi juicio, el primer eslabón de la "recia cadena intelectual que forjara el genio prodigioso y la capacidad 'poética' de José Antonio, según la admirable frase -y exacta- de Raimundo Fernández-Cuesta. Fue aquél su primer discurso un arrebatado panegírico de la Poesía como norma cardinal de la Vida. Conocía de sobra José Antonio toda la noble y benéfica influencia que es el mundo y en la misma naturaleza ejercen el número y la rima cuál es prestigio irresistible de la música. Y hubiera sido, de proponérselo, un admirable poeta del verso, un gran lírico. Pero él sabía también que en su más alto concepto la palabra "Poesía" significa "hacer", "acción", "creación". Y que en este sentido Dios mismo es el sumo Poeta, por cuanto el Hacedor supremo.
Y a esta Poesía, creadora y activa de signo positivo, fue a la que José Antonio se entregó -cuerpo y alma- en una vida clara, toda belleza, desde el principio al fin y que no conoció la fría vejez. En plena juventud le alcanzaron el martirio y al sacrifico por su España idolatrada... Pero antes ya nos la había inundado de "azul" y había dicho: «A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ay de aquel que no sepa levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete». Y esas palabras -que son todo José Antonio-, se han de grabar, con oro, en la portada de la Nueva Historia de España.
Llegada la Segunda República, los hermanos Machado, a través de algunas entrevistas, prometieron apoyarla. Desde el punto de vista profesional sólo estrenan, aunque escribirían más, La Prima Fernanda, en el Teatro Victoria el 24 de abril de 1931; y el 26 de marzo de 1932, en el Teatro Español, La duquesa de Benamejí. El motivo de haberse prodigado tan poco en el teatro fue debido, según algunos expertos, a que los asuntos dramáticos adquirieron otro ritmo. Manuel, por motivos políticos, se vio obligado a dimitir de La Libertad. Una nota escueta de su director, que relataba la historia de la colaboración de Machado en el periódico, informó que ya no había espacio para aquellos «fieles como usted a una orientación derechista que ha dejado de tener este periódico». «Soy Liberal en arte. Y Romántico en política... Liberal y Romántico, dos grandes palabras que hoy suenan casi totalmente a hueco. El mundo se debate hoy -lejos de toda libertad- entre dos dictaduras: la capitalista y la colectivista, la burguesa y la proletaria, entre el fascismo y el comunismo. Amabas son para mí igualmente detestables», escribió Manuel Machado en La Libertad el 28 de mayo de 1933.
Cuando estalla la guerra civil, Manuel Machado y su mujer se encontraban en Burgos donde había ido a visitar a una hermana monja de Eulalia. Ante la imposibilidad de retornar a Madrid se instalan en una pensión «modesta, reducida, construida con tabiques de pandereta», describe el propio Machado. Pero éste pensó que era una guerra carlista más y así se lo comunicó a la periodista de la revista francesa Comoedia, Blanche Messis, mostrando además su irritación por lo que estaba ocurriendo, algo que le costó después unos días de cárcel por culpa del corresponsal del ABC en París, Mariano Daranas, que leyó los comentarios del poeta y le atacó duramente por sus anteriores simpatías socialistas y republicanas. Desde las páginas de El Castellano de Burgos, Machado se defiende y habla de su éxito bajo el régimen de Primo de Rivera y de su dimisión de La Libertad, inclusive envía una extensa carta al director de ABC de Sevilla que termina con estas palabras:
Adrede he dejado para el fin la, para mí más dolorosa de las inculpaciones de Daranas. Yo estoy en Burgos desde el quince de julio -vine, como otros muchos años por esta fecha a visitar en su día del Carmen a una hermana que tengo monja en las Esclavas del Sagrado Corazón- y aquí me sorprendió la magnífica explosión de este movimiento nacional, que va a salvar, que ha salvado ya, a nuestra Patria adorada. Y desde el primer instante, no ya mi adhesión, mi entusiasmo más ferviente lo acompaña.
Como Bibliotecario Municipal de Madrid, me ofrecí al Ayuntamiento de Burgos para servirlo en análogas labores.
Ofrecíme también al Gabinete Diplomático de la Junta Nacional y, finalmente, a la Oficina de Propaganda de Prensa, que dirige el gran periodista -y también colaborador de ABC- don Juan Pujol. Colaboro activamente en la confección de un periódico tan genuinamente español y tradicional como El Castellano y en el semanario La Legión de los Legionarios de España. Todo Burgos me conoce ya y estima como un devoto ferviente de esta gran gesta, de esta nueva reconquista de España, que me ha inspirado, además, si no los mejores, los versos más sentidos que he escrito en mi vida.
Sólo me ha faltado acudir al frente con un fusil, y puede creer Daranas que si la edad me lo permitiera, no hubiera dejado de hacerlo.
¡Viva España! ¡Viva España! ¡Viva siempre España!
De usted atento amigo y colaborador que estrecha su mano,
Manuel Machado.
Una vez vueltas las aguas a su cauce, en la capital castellana colabora en la Oficina de Prensa y Propaganda, y se reincorpora al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, en la Comisión de Cultura de Burgos. Habla para Radio Nacional de España y Radio Castilla de Burgos. Instalado de nuevo en Madrid, una ver terminada la guerra, vuelve a su empleo de bibliotecario y es considerado como una de las grandes figuras de la Literatura española. «Escribió algunos artículos, otros le censuraron, en otros pudo pedir perdón y clemencia para los vencidos, se reunió con algunos poetas en una tertulia a la que llamaron, bajo el lema "El ocio atento", Musa Musae...» . También, según documento conservado en la Institución Fernán González, a principio de 1940 es nombrado miembro del Consejo Asesor de Cultura de la Organización Juvenil de FET-JONS.
Pero antes, una mañana, a finales de febrero de 1939, recibe la noticia de que su hermano Antonio acaba de morir en Francia. Manuel pide permiso para pasar al país vecino con su mujer y se pone en marcha para llegar a París donde creía que había muerto Antonio, pero en la frontera le dicen que el óbito ocurrió en la localidad de Collioure. Cuando llega se encuentra con la amarga noticia de que también su madre, Ana Ruiz, había fallecido tres días después que su hijo. Manuel pasa dos días en Collioure sin apenas salir del cementerio y como ya nada tenía que hacer en Francia regresa con su mujer a España.
Colabora en el libro colectivo Los versos del combatiente y en la Corona de sonetos en honor de José Antonio, escribiendo en este último el siguiente soneto:
José Antonio, ¡Maestro!...¿En qué lucero,
en qué sol, en qué estrella peregrina
montas la guardia? Cuando a la divina
bóveda miro, tu respuesta espero.
Toda belleza fue tu vida clara:
sublime entendimiento, ánimo fuerte...
Y en pleno ardor triunfal, temprana muerte
porque la juventud no te faltará.
Háblanos tú... De tu perfecta gloria
hoy nos enturbia la lección el llanto;
mas ya el sagrado nimbo te acompaña
y en la portada de su nueva historia
la Patria inscribe ya tu nombre santo...
¡José Antonio! ¡Presente! ¡Arriba España!
Por estos años publica Horas de oro y Cadencias de cadencia. Escribe algunos artículos, entre otros, en el semanario El Español fundado por el consista Juan Aparicio. En esta misma publicación también aparecen artículos dedicados al propio Manuel Machado, ejemplo: Cuando los poetas hablan de Dios, de Florentina del Mar, y también: El ángel de su poesía, de Cayetano López-Trescastro. En 1946 firma un contrato para colaborar con un máximo de cuatro artículos al mes con la Delegación Nacional de Prensa. Por otra parte, escribió una serie de trabajos que tituló Cualquier día en Sevilla, y otros dos libros ambos con el título Intenciones. Estrena en 1944, en Zaragoza, El Pilar de la Victoria, poema lírico-religioso en dos actos en los que el poeta pretendía combinar el sentimiento religioso con los sentimientos nacionales del momento; para el propio poeta la obra era por su combinación de lo religioso y lo folklórico, una verdadera cifra de hispanidad.
Los poetas integrantes de la generación del 36 y que me permanecieron en España, seguirán tendencias ideológicas a la de Manuel Machado. No sorprende que éste considerara excelentes poetas a Dionisio Ridruejo, Luis Rosales, Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco José María Alfaro, ni tampoco que en los preliminares de Poesía (Opera omnia lyrica) (1940 y 1942) se imprimieran, junto con textos en prosa de Pedro Laín Entralgo, composiciones poéticas laudatorias firmadas por algunos de ellos. En este contexto de compenetración intergeneracional hay que situar las colaboraciones de Machado en la revista Escorial.
A principios del mes de enero de 1947 el poeta, de regreso de un entierro, se siente enfermo y al llegar a su casa se mete en la cama. Los médicos le diagnostican una bronconeumonía que no logran vencer. Se confiesa con su director espiritual el jesuita Padre Cavestany y cuando sus compañeros de la Real Academia Española celebran su comida anual, el domingo 19 de enero, les llega la noticia de que Machado ha muerto. Según Gerardo Diego, Eulalia, por cortesía hacia los académicos, congregados con ánimo festivo, retrasó la difusión de la noticia hasta después del banquete. Ya entonces su Ángel de la guarda le había dado su mano. Así lo dice el propio poeta:
Cuando me dé la mano el Ángel de mi guarda
para ir a esa región que a todos nos aguarda
sobre la eterna música me hallará adormecido
y yo abriré mis ojos a un mundo conocido
Después, de la pluma de José García Nieto saldrían estas palabras a él dedicadas: «...Cuando muere un poeta tendrían los ángeles que hacer sonar infinidad de campanas alrededor de su tendido cuerpo. Pero la música de la muerte es sólo silencio, el hondo silencio de esta hora que hacía más precisos e irreverentes mis pasos...».
Así, el que un día escribió La vida sobre la muerte, despedía a quien había sido un insigne poeta español.
Manuel Machado, el poeta de Sevilla por José María García de Tuñón Aza
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