Sabía lo que hacía el beato Pablo VI cuando, contra viento y marea, firmó la Humanae Vitae, justo después del mayo francés y de que el Parlamento británico despenalizara el aborto.
Desde entonces, esta cuestión tan “delicada, conflictiva y personal” como dicen los políticamente correctos —“sobre todo para el abortado”, añado yo— ha pasado a ser prioritaria para aquellos cristianos que no nos conformamos con tragar las ruedas de molino que cada día nos administra la cultura dominante.
El próximo 25 de marzo viviremos un Domingo de Ramos especial, porque además de abrir nuestra Semana Santa, celebraremos la festividad de la Anunciación de María, y con ella, el Día Mundial de la Vida.
No saldrá en los telediarios ni en los periódicos ni en la mayoría de las emisoras de radio. Ignoro si las redes sociales se harán eco de él, pero ese día muchos estaremos doblemente gozosos. Los cofrades porque sentiremos que el primer clarizano anuncia al mundo entero la Pasión según Sevilla. Y los católicos en general porque el calendario ha hecho coincidir la fiesta de la Vida con la cruz de guía de la Resurrección.
Por Ángel Pérez Guerra, periodista en La revista Archidiócesis de Sevilla
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