Resulta alarmante la crisis del concepto de Iglesia, la eclesiología; pero ¿dónde está el principal punto de ruptura, la grieta que, avanzando cada vez más, amenaza la estabilidad del edificio entero de la fe católica?
Benedicto nos recuerda el verdadero sentido de la Iglesia que instituyó Nuestro Señor Jesucirsto «Mi impredsión es que se está perdiendo imperceptiblemente el sentido auténticamente católico de la realidad “Iglesia”, sin rechazarlo de una manera expresa. Muchos no creen ya que se trate de una realidad querida por el mismo Señor. Para algunos teólogos, la Iglesia no es más que mera construcción humana, un instrumento creado por nosotros y que, en consecuencia, nosotros mismos podemos reorganizar libremente a tenor de la exigencias del momento. Y así, se ha insinuado en la teología católica una concepción de Iglesia que no procede sólo del protestantismo en sentido “clásico”. Algunas eclesiologías posconciliares parecen inspirarse directamente en el modelo de ciertas “iglesias libres” de Norteamérica, donde se refugiaban los creyentes para huir del modelo opresivo de “Iglesia de Estado” inventado en Europa por la Reforma. Aquellos prófugos, no creyendo ya en la Iglesia como querida por Cristo y queriendo mantenerse alejados de la Iglesia de Estado, crearon su propia Iglesia, una organización estructurada según sus necesidades».
«Para los católicos —explica Benedicto— la Iglesia está compuesta por hombres que conforman la dimensión exterior de aquella; pero, detrás de esta dimensión, las estructuras fundamentales son queridas por Dios mismo y, por lo tanto, son intangibles. Detrás de la fachada humana está el misterio de una realidad suprahumana sobre la que no pueden en absoluto intervenir ni el reformador, ni el sociólogo, ni el organizador. Si, por el contrario, la Iglesia se mira únicamente como mera construcción humana, como obra nuestra, también los contenidos de la fe terminan por hacerse arbitrarios: la fe no tiene ya un instrumento auténtico, plenamente garantizado, por medio del cual expresarse. De este modo, sin una visión sobrenatural, y no sólo sociológica, del misterio de la Iglesia, la misma cristología pierde su referencia a lo Divino: una estructura puramente humana acaba siempre en proyecto humano. El Evangelio viene a ser entonces el “proyecto-Jesús”, el proyecto liberaciónsocial, u otros proyectos meramente históricos, inmanentes, que pueden incluso parecer religiosos, pero que son ateos en realidad».
El sacerdote y teólogo crítico alemán Gotthold Hasenhüttl ha abandonó oficialmente la Iglesia Católica. Hasenhüttl, de 76 años, fue suspendido del sacerdocio en 2003, por celebrar «oficios ecuménicos» en los que se invitaba a comulgar indistintamente a católicos y protestantes. En 2006 se le prohibió enseñar «en nombre de la Iglesia católica», tras persistir en sus errores.
El 11 de noviembre se conmemoró el décimo aniversario de la Summorum Pontificum y en muchas diócesis se oficiaron misas por el rito tridentino.
El papa emérito Benedicto XVI ha lamentado el «oscurecimiento» de Dios en la liturgia, lo que, según él, es la raíz de la crisis actual en la Iglesia. En el prefacio a una nueva edición rusa de su libro Teología de la Liturgia, Benedicto asegura que un malentendido generalizado de la reforma litúrgica llevó al hombre a colocar «su propia actividad y creatividad en el centro del culto».
Cúal es el espíritu de una verdadera reforma, y Benedicto nos señala, que "el activista, el que quiere construir todo por sí mismo, es lo opuesto del que admira –el "admirador"-. Restringe el área de su propia razón, y por eso pierde de vista el Misterio. Cuanto más se extiende en la Iglesia el ámbito de las cosas decididas y hechas autónomamente, tanto más angosta se convierte para todos nosotros. Se trata de algo que no procede de nuestro querer y de nuestro inventar, sino que nos precede, es algo inimaginable que viene a nosotros, algo que "es más grande que nuestro corazón". "
La reformatio, que es necesaria en todas las épocas, no consiste en el hecho de que podamos modelar cada vez "nuestra" Iglesia como más nos apetece, sino en el hecho de que siempre nos deshacemos de nuestras propias construcciones de apoyo a favor de una luz purísima que viene desde lo alto y que es al mismo tiempo la irrupción de la libertad pura.
San Buenaventura, explica el camino por el cual el hombre llega a ser él mismo, estableciendo una comparación con el tallista de imágenes, es decir, el escultor. El escultor no hace algo, dice el gran teólogo franciscano. Su obra es, en cambio, una ablatio: consiste en eliminar, en tallar lo que es inauténtico. De esta forma, mediante la ablatio, sale a la superficie la nobilis forma, o sea la figura preciosa. Así también el hombre, para que resplandezca en él la imagen de Dios, debe acoger principalmente la purificación por medio de la cual el escultor, es decir, Dios, le libera de todas las escorias que oscurecen el espacio auténtico de su ser y que le hacen parecer como un bloque de piedra bruto, cuando, por el contrario, habita en él la forma divina.
El activista, el que siempre quiere hacer, pone la propia actividad por encima de todo. Esto restringe su horizonte a la esfera de lo factible, de lo que puede convertirse en su objeto de su hacer. Hablando con propiedad, ve únicamente objetos. No está en condiciones de percibir lo que es más grande que él, porque esto pondría un límite a su actividad. Recorta el mundo según lo que es empírico. El hombre queda amputado. Con sus propias manos el activista se construye una prisión contra la cual protesta después a voz de grito.
La Iglesia no es sólo el pequeño grupo de los activistas que se encuentran juntos en un cierto lugar para comenzar una vida comunitaria. La Iglesia no es ni siquiera la multitud que los domingos se reúne para celebrar la Eucaristía. Por último, la Iglesia es más que el Papa, los obispos y los sacerdotes, que todos aquellos que están investidos del ministerio sacramental. Todos estos que hemos nombrado forman parte de la Iglesia, pero el radio de la "compañía", en la que entramos mediante la fe, va más allá, va incluso más allá de la muerte. De ella forman parte todos los santos, desde Abel y Abrahán y todos los testigos de la esperanza de que habla el Antiguo Testamento, pasando por María, la Madre del Señor, y sus apóstoles, por Thomas Becket y Tomás Moro, hasta Maximiliano Kolbe, Edith Stein y Piergiorgio Frassati. De ella forman parte todos los desconocidos y los no nombrados, cuya fe nadie conoció, salvo Dios; de ella forman parte los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos, cuyo corazón, esperando y amando, tiende hacia Cristo, "el que inicia y consuma la fe", como le llama la Carta a los Hebreos (12, 2). No son las mayorías ocasionales que se forman aquí o allá en el seno de la Iglesia las que deciden su camino o el nuestro. Los santos son la mayoría verdadera y determinante según la cual nos orientamos. ¡Nos atenemos a ella! Ellos traducen lo divino en lo humano, lo eterno en el tiempo. Ellos son nuestros maestros de humanidad, que no nos abandonan ni siquiera en el dolor y en la soledad, es más, en la hora de nuestra muerte caminan junto a nosotros.
LA CONCIENCIA ERRÓNEA. CONCIENCIA Y VERDAD
En una conferencia pronunciada en Dallas, Texas, durante el X Seminario de Obispos, en febrero de 1991. Benedicto XVI dedicó su atención a uno de los capítulos más relevantes de la Carta al Duque de Norfolk del anglicano converso y hoy beato J. H. Newman. En esta carta aparecen unas reflexiones sobre la conciencia, uno de los temas más desarrollados por Newman.
Cuenta Benedicto que una vez un colega de más edad, al que preocupaba la situación del ser cristiano en nuestro tiempo, en el curso de una discusión expresó la opinión de que había que dar realmente gracias a Dios por haber concedido a tantos hombres poder ser increyentes con buena conciencia. En realidad, si se les hubiese abierto los ojos y se hubieran hecho creyentes, no habrían sido capaces en un mundo como el nuestro de llevar el peso de la fe y de los deberes morales que de ella se derivan. En cambio, puesto que siguen otro camino en buena conciencia, pueden sin embargo conseguir la salvación. Lo que me dejó atónito de esta afirmación no fue ante todo la idea de una conciencia errónea concedida por el mismo Dios para poder salvar con esta estratagema a los hombres; la idea, por así decirlo, de una obcecación enviada por Dios mismo para salvar a las personas en cuestión. Lo que me turbó fue la concepción de que la fe es un peso difícil de llevar y de que es apto sólo para naturalezas particularmente fuertes, como una especie de castigo o, en todo caso, un conjunto oneroso de exigencias a las que no es fácil hacer frente.
De acuerdo con esa concepción, la fe, lejos de hacer más accesible la salvación, la haría más difícil. Por tanto, debería ser feliz justamente aquel al que no se le impone la carga de tener que creer y someterse al yugo moral que supone la fe de la Iglesia católica. La conciencia errónea, que le permite a uno llevar una vida más fácil e indica una vida más humana, será por tanto la verdadera gracia, la vía normal para la salvación. En los últimos decenios, concepciones de este tipo han paralizado visiblemente el impulso de la evangelización: el que entiende la fe como una carga pesada, como una imposición de exigencias morales, no puede invitar a los demás a creer; prefiere más bien dejarles en la presunta libertad de su buena fe.
Lo que me aterró en el argumento antes indicado fue sobre todo la caricatura de la fe que me parecía ver allí. No obstante, siguiendo un segundo hilo de reflexiones, me pareció que también era falso el concepto de conciencia que se daba por supuesto. La conciencia errónea protege al hombre de las onerosas exigencias de la verdad, y de esta manera lo salva…
En el salmo 19,13 se contiene esta afirmación, que merece ponderarse: «¿Quién reconoce sus propios errores? Perdóname, Señor, mis pecados ocultos». Aquí no se trata de objetivismo veterotestamentario, sino de la más profunda sabiduría humana: no ver ya las culpas, el enmudecimiento de la conciencia en ámbitos tan numerosos de la vida, es una enfermedad espiritual mucho más peligrosa que la culpa que uno está, aun en condiciones de reconocer como tal. El que ya no es capaz de reconocer que matar es pecado ha caído más profundamente que el que todavía puede reconocer la malicia de su comportamiento, ya que se ha alejado más de la verdad y de la conversión.
AD DOMINUM. EL ALTAR FUERA DE SU SITIO
Klaus Gamber, liturgista alemán, muerto en 1989, en su libro Tounés vers le Signeur! (¡Vueltos hacia el Señor) pone en discusión una de las innovaciones litúrgicas más sonadas y simbólicas del posconcilio: la celebración de la misa con el sacerdote de cara a los fieles.
Para Gamber es un error que hay que corregir: "Se cree que de esta manera se hace revivir un uso del cristanismo primitivo. Pero se puede probar con certeza que nunca existió, ni en la Iglesia de Oriente ni en la de Occidente, una celebración Versus populum y todos se dirigían siempre hacia Oriente para rezar, ad Dominum". Oriente, el lugar donde había aparecido la salvación.
Recordemos que en julio de 2016, el prefecto de la Congregación para el Culto Divino aconsejaba volver a “una orientación común” y pedía a los obispos que formen a los seminaristas en la realidad “de que no hemos sido llamados al sacerdocio para estar en el centro del culto litúrgico”. En su intervención en la conferencia de Sacra Liturgia en Londres, Sarah afirmó: “Es muy importante que volvamos tan pronto como sea posible a una orientación común, que los sacerdotes y los fieles se vuelvan juntos en la misma dirección – hacia el este o al menos hacia el ábside – al Señor que viene “.
Benedicto XVI, habló sobre esto, siendo entonces el guardián de la ortodoxia católica como prefecto para la doctrina de la fe...
"...la liturgia no es algo que puede "fabricar" el párroco o un equipo litúrgico, sino un don de la Iglesia anterior a la acción de la comunidad. Sólo si se la concibe como realidad anterior a las creaciones comunitarias o individuales puede realmente ser el centro de la Iglesia. Y puede incluso "catolizar" a la misma Iglesia. Porque la litrugia es de todos y a todos une.
La liturgia no es una autocelebración de la comunidad, sino que está orientada hacia el Señor. De manera que la mirada común, de cada fiel y del sacerdote va hacia el Señor. Durante los primeros siglos, dicha orientación era incluso física. La mirada se dirigía hacia Oriente donde aconteció la salvación.
En las antiguas basílicas romanas, incluida San Pedro, sexistió siempre un altar aislado en el centro de la iglesia donde el sacerdote celebraba de cara a la asamblea. Esto es porque durante los primeros siglos era orientar el ábside de la iglesia hacia Oriente. Pero no siempre fue materialmente posible. Por ejemplo, en San Pedro, esta orientación era imposible porque había que respetar la posición de la tumba del apóstol. En otras iglesias intervenían otros factores, algunos lugares de culto estaban construidos sobre templos paganos. En estos casos se remediaba colocando el altar hacia Oriente, es decir, hacia la comunidad, aunque era solamente una consecuencia indirecta. La tesis de Gamber, que no es inverosímil, es que después de la homilía también la comunidad se daba la vuelta hacia Oriente, dando la espalda al sacerdote. Deducir de la posición del altar en las antiguas basílicas romanas la idea de la celebración versus populum ha sido un error de cierta interpretación en boga entre los años treinta y cincuenta.
Para mí el hecho histórico es importante desde el momento en que hace entender mejor el sentido profundo, interior, de la liturgia.
No se trata, pues, de discutir algunas cosas ya hechas. Pero no se puede negar que hoy existe un problema litúrgico grave. La presencia en las iglesias disminuye, casi a diario, en Europa y Estados Unidos. Existe un malestar insoslayable. ¿Cómo remediarlo? Algunos dicen que tenemos que "modernizar" más la reforma, dando más espacio a la creatividad, pero al final sólo queda la arbitrariedad de un grupo de la comunidad que toma en sus manos estas "actividades". Y la liturgia se queda cada vez más vacía.
Debemos afirmar con más fuerza la realidad del Misterio, el gran legado litúrgico en sus elementos esenciales, no exponer al arbitrio de un sacerdote o un grupo litúrgico esa realidad que nos precede y que es más grande que nosotros. Solamente si se recobra esta gran sencillez litúrgica puede volver a atraer a los fieles.
Mi postura no es de oposición de la reforma litúrgica. Por un lado, es la defensa de los rasgos esenciales de la reforma contra una radicalización destructiva; y, por otro, es una reflexión crítica sobre algunos de sus aspectos. Siempre ha sido así. Una liturgia es un hecho vivo, debe responder a cada momento concreto de la historia. Pero luego se puede descubrir que esa repuesta era superficial, y que he empeorado la liturgia. Así fue, precisamente, como nació el movimiento litúrgico: la idea original era que las reformas medievales, la germanización de la liturgia y los elementos añadidos en el siglo pasado habían oscurecido la sustancia de la auténtica liturgiua romana. Se trataba de volver a la sencillez y belleza de los orígenes.
Lo que ha desorientado a los fieles ha sido precisamente este clima de cambios continuos, cuando era tan hermosa aquella continuidad que no dependía ni del párroco ni siquiera de los decasterios romanos. Simplente, se sabía que era la litrugia de la Iglesia, lo cual no significaba que sea un concepto estático. Pero hemos pasado tantas inquietudes que, por el momento, estoy por un poco de paz litúrgica.
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